Steve Jobs no tenía ningún problema en tratar mal a empleados. Incluso delante de Bill Gates, que no se creía lo que veía

A principios de 1982, la expectativa en torno a Macintosh no paraba de crecer. Steve Jobs tenía una diplomacia innegable para gestar entusiasmo, y promocionaba el ordenador, asegurando que hasta la matriz de cualquier agraciado podría utilizarlo con facilidad. Para mostrar los avances del plan, Jobs invitó a Bill Gates y Paul Allen, figuras esencia en Microsoft, a una demostración privada. Sin bloqueo, lo que debía ser una presentación brillante se convirtió en un momento tenso e incómodo.

El propio Paul Allen relata esta experiencia en su ejemplar de memorias Idea Man, donde explica cómo aquella demostración acabó teniendo el peor desenlace posible: el prototipo de Macintosh simplemente no funcionó como se esperaba. Y Jobs no tardó en culpar a sus empleados.

Un mal resultado para la cita de Gates a Apple

Según Allen, todo comenzó de forma prometedora:

Al sentarnos, [Jobs] se giró cerca de un fresco desarrollador llamado Andy Hertzfeld y dijo: «Perfectamente, vamos a mostrarles lo que tenemos»

Pero la ilusión duró poco. El prototipo de Mac se bloqueó a los pocos segundos de acelerar. Allen recuerda que la pantalla se congeló casi al instante, y que la expresión de Jobs dejó claro su disgusto. “Se le notaba el desprecio en la cara”, apunta en su ejemplar.

"¿Qué demonios está pasando?", no dudó en afirmar Jobs al fresco desarrollador Hertzfeld que estaba a su banda. Y es que la gran reprimenda que le cayó fue histórica:

«Estos tipos vinieron hasta aquí para ver esto, ¿y esto es lo mayor que podemos hacer? ¿Esto es lo mayor que podemos hacer? ¿Tenemos treinta segundos y la pantalla se congela? ¿Qué demonios te pasa?»".

Paul Allen describe cómo, mientras Jobs arremetía contra su empleado sin reservas, él y Bill Gates intercambiaban miradas, incómodos, en presencia de una panorama que no esperaban presenciar. “No podíamos creer que Jobs atacara a un subordinado delante de desconocidos”, concluye.

Este episodio, narrado en primera persona por uno de los protagonistas del auge de la informática personal, revela una de las facetas más conocidas —y temidas— de Steve Jobs: su implacable exigencia y dureza con sus empleados. No era raro oír historias sobre llamadas durante reposo, control extremo de las jornadas laborales o presiones desmedidas para obtener resultados. Para Jobs, solo la perfección era aceptable.

Y ni siquiera la presencia de la competencia —como en este caso, con Bill Gates frente a él— bastaba para moderar su carácter cuando lo que tenía delante no cumplía sus estándares.

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