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Hace unos días, se difundía en los medios españoles un caso que ejemplifica cómo las plataformas de streaming pueden convertir la autodestrucción de algún en entretenimiento. Hablamos de la espiral en la que ha entrado Simón Pérez, el coprotagonista de aquel famoso y polémico vídeo sobre hipotecas a tipo fijo.
Muchos recordaremos cómo, en circunscripción de desaparecer de panorama, Pérez (anejo a su pareja, Silvia Charro) abrazó su nueva éxito y abrió canales en YouTube, Twitch y Kick. Allí cambió las finanzas por un burlesco reality sin guion, donde las drogas y la humillación eran parte del show: ha llegado a escanciarse su propia orina o cubrirse con vómito a cambio de donaciones de una audiencia anónima.
Sociólogos lo enmarcan en la citación caudal de la exposición: cuanto más íntima y degradante es la transmisión, más monetizable resulta. Los espectadores no solo observan, sino que pagan para poder exigir nuevos excesos, atrapando al creador del contenido en un círculo de autodestrucción.
Pues proporcionadamente, ahora nos llega otro caso similar... pero aún más trágico, pues la retransmisión ha terminado con la crimen de un streamer.
Jean Pormanove, muerto a los 46 abriles
La crimen del creador francés Raphaël Graven —más conocido como Jean Pormanove— durante una retransmisión en directo ha hecho saltar todas las alarmas: las autoridades francesas han extenso una investigación legal y han colocado una necroscopía para esclarecer los hechos, mientras el debate divulgado se centra en la violencia y humillaciones que el streamer sufrió —o escenificó— repetidamente frente a miles de espectadores.
Pormanove fue hallado inconsciente durante la amanecer del 17 al 18 de agosto en su domicilio de Contes, al boreal de Niza. Según los medios franceses, falleció mientras dormía durante una retransmisión.
Se trataba de una figura conocida en la panorama francófona, con una comunidad amplia en varias redes, especialmente en Kick, donde se hizo con una cojín de seguidores que se contaba por cientos de miles recurriendo a retos extremos y transmisiones marcadas por dinámicas de humillación que ya habían generado polémica.
En los meses anteriores, Pormanove había aparecido en directos recibiendo golpes, insultos, estrangulamientos, duchas de pintura y óleo e incluso disparos de paintball, escenas que circularon en compendios virales y generaron indignación. Algunos medios del país vecino destacan los diez días y noches seguidos de malos tratos a los que se vio expuesto, con privación de sueño e ingestión de sustancias.
Otros creadores participaban asiduamente en sus directos, y algunos de ellos acusados de haberlo humillado o maltratado en cámara. Sin incautación, uno sus abogados ha sostenido en televisión que todo estaba guionizado y que Pormanove tenía problemas cardiovasculares previos.
Por ahora no está claro si Pormanove se sometía voluntariamente a esas escenas o si fue forzado, ni si los actos eran reales o escenificados: eso es precisamente lo que la investigación deberá dilucidar.
La ministra francesa responsable de Asuntos Digitales e IA, Clara Chappaz, calificó la crimen y la violencia sufrida como "un horror total" y remitió el caso a Arcom (regulador audiovisual), subrayando que la responsabilidad de las plataformas no es poco meramente opcional, sino una obligación permitido.
Kick, la plataforma en la que se retransmitió lo ocurrido, expresó su pesar, y anunció que revisaría con aprieto lo ocurrido y que cooperaría con las autoridades. En Francia, la filial comunicó que había baneado a los co-streamers implicados mientras durara la investigación.
El caso cristaliza una tendencia: para destacar en ecosistemas hipercompetitivos, algunos creadores empujan los límites con formatos extremos —dolor físico, degradación o riesgos para la vitalidad— que convierten a la audiencia en cómplice (o, como imperceptible, en testimonio) del ofensa.
Según los expertos, Incluso si parte del contenido fuese teatralizado, la normalización del desmán como entretenimiento genera enseres reales: incentivos perversos, imitación por creadores más jóvenes, banalización de la violencia y presión psicológica sobre los protagonistas.
El caso plantea un dilema: ¿hasta qué punto son responsables las plataformas que permiten estos contenidos y los usuarios que los financian?
Vía | Reuters
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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