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Recientemente, en un hilo de Reddit, un becario relataba cómo su empresa había instalado sistemas de escáner de identificación en cada puerta con la supuesta finalidad de "mejorar la seguridad". Dos semanas a posteriori, la dirección comenzó a convocar reuniones individuales para cuestionar por qué ciertos empleados "se ausentaban tanto de sus escritorios".
Revelaron así lo que muchos habían sospechado ya: que la motivación no era la seguridad, sino la vigilancia. Y así, la compañía había comenzado a registrar cada pausa para ir al baño, cada minuto de desayuno y cada movimiento adentro de las instalaciones.
Se llegó al punto de que incluso los trabajadores con problemas médicos —como una empleada con síndrome de intestino irritable— fueron objeto de reproche por sus pausas.
Se prostitución de una paradoja que se repite (y cada vez más) en innumerables empresas: al intentar maximizar el rendimiento mediante el control minucioso, los directivos terminan generando el huella contrario.
Resulta que, antaño de la implementación del sistema de seguimiento, los empleados solían comunicarse de forma natural: si veían un problema, se lo comentaban al dirigente; si surgía una idea, cruzaban el pasillo para compartirla.
Cedido que, a posteriori, cada desplazamiento se percibía como sospechoso, el resultado fue un colapso de la comunicación interna. Nadie quería moverse ni tener que dar explicaciones sobre su paradero.
El becario de Reddit pone un ejemplo ilustrativo: el de una máquina se estropeó porque nadie quiso "alejarse del escritorio" para avisar sobre los ruidos extraños. La reparación le costó a la compañía 50.000 dólares. Cuando la dirección preguntó por qué nadie había dicho mínimo, la respuesta fue tan simple como razonamiento:
"No queríamos que pareciera que estábamos fuera de nuestros escritorios demasiado tiempo".

Y así, una medida diseñada para racionar un mísero puñado de minutos, acabó costando mucho más, tanto en tiempo como en monises. Y, de paso, destruyó la confianza y el esfera de colaboración adentro de la oficina.
Para intentar revertir la situación, la empresa tuvo una gran idea. No, no desmanteló el sistema de vigilancia, sino que optó por organizar "sesiones obligatorias de colaboración". El objetivo era fomentar la comunicación perdida. El resultado: una sala llena de empleados en silencio, mirando el cronómetro.
Los usuarios del foro celebraron la respuesta de los trabajadores: cumplir exactamente con las órdenes absurdas de la dirección para demostrar su sinsentido (lo que suele denominarse 'obediencia maliciosa'). La situación descrita es una clase viva de la convocatoria Ley de Goodhart:
"Cuando una medida se convierte en un objetivo, deja de ser una buena medida".
Al centrar la evaluación del desempeño en métricas cuantificables —tiempo en el escritorio, minutos en el baño, velocidad de respuesta—, las organizaciones transforman el comportamiento humano en un conjunto de cifras que ya no son un reflexiva de compromiso ni de eficiencia (tornados ahora en miedo y conformismo).


Uno de los comentarios más destacados del hilo ponía sobre la mesa de que las empresas no siempre actúan por motivos estrictamente económicos, ni siquiera en este caso. A menudo, planteaba, el objetivo actual es suministrar jerarquías de poder y demostrar autoridad, incluso a costa de pérdidas.
Este aberración, que podría parecer irracional, se repite históricamente: compañías que obligan a retornar a la oficina pese a que el teletrabajo resulta más rentable; despidos masivos que hacen apearse la honesto y reducen la productividad de los que permanecen en la plantilla, etc.
Y es que la vigilancia constante no hace sino convertir el entorno de trabajo en un espacio de ansiedad: los estudios sobre monitorización tecnológica demuestran que los empleados bajo observación continua experimentan más penuria, beocio creatividad y una caída drástica en la iniciativa personal.
El sociólogo Michel Foucault ya lo había apto en su obra 'Guardar y castigar': el panóptico (entorno que facilita la vigilancia constante) no solo controla el cuerpo, sino que internaliza la vigilancia en la mente del individuo. El trabajador termina comportándose como si siempre estuviera siendo observado, aunque no lo esté.
Imagen | Marcos Merino mediante IA
En Genbeta | Cada vez hay más empresas que desconfían de sus teletrabajadores y vigilan todo lo que hacen en su PC: estas son sus razones
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