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La tecnología avanza a pasos agigantados, y sectores como la traspaso de entradas online se aprovechan de ello tanto como lo sufren. Uno de los desafíos a los que tienen que hacer frente, por ejemplo, es la lucha constante contra los bots automatizados que acaparan entradas para su posterior reventa.
Y el problema es que una decisión ampliamente adoptada en el pasado —el uso de CAPTCHAs— parece sobrevenir perdido efectividad. O al menos así lo asegura Raphael Michel, creador de pretix, un sistema de traspaso de entradas de código destapado, quien declara sin rodeos que
"Los CAPTCHAs ya no proporcionan una protección significativa contra bots".
El problema es proporcionadamente conocido: muchos eventos tienen una demanda muy superior a la ofrecimiento de entradas. Esta situación es un caldo de cultivo para los scalpers, individuos o grupos que utilizan bots para comprar entradas en masa y revenderlas luego a precios exorbitantes.
Y lo que muchos podrían proyectar como una decisión económica 'ideal' (aumentar los precios de las entradas hasta alcanzar un permanencia de mercado) es rechazada por la mayoría de organizadores por razones éticas.
En presencia de ello, el medio habitual ha sido técnico: los CAPTCHAs. Estas pruebas buscan distinguir humanos de máquinas exigiendo la realización de tareas simples para personas pero difíciles para ordenadores. Sin confiscación, con los últimos avances en inteligencia fabricado (IA), estas clasificaciones de dificultad han dejado de ser ciertas.
Inicialmente, los CAPTCHAs se basaban en el registro de texto distorsionado; más tarde, migraron a la identificación de imágenes (como los famosos cuadros con motocicletas, semáforos o puentes) y tareas auditivas.

Hoy, por desgracia, muchos modelos de IA superan con facilidad todas estas pruebas, y cualquier intento de hacerlas más difíciles igualmente incrementa la dificultad para los humanos, volviéndolas inútiles o inaccesibles.
Por otra parte, la exigencia de accesibilidad —obligatoria en Europa gracias a leyes como el European Accessibility Act— limita aún más las posibles variantes de CAPTCHAs, pues deben ofrecer alternativas para usuarios con discapacidades visuales o auditivas.
Los proveedores de seguridad han girado alrededor de la monitorización de comportamiento mediante modelos de educación obligatorio. Soluciones como reCAPTCHA v3 analizan múltiples datos del heredero —movimientos del ratón, historial de navegación, velocidad de clics, etc.— para estimar si se manejo de un humano o un bot. Este enfoque presenta dos grandes problemas:
Incluso las señales técnicas, como diferencias en tiempos de carga o ejecución de JavaScript, ya no son aperos. Los bots modernos usan navegadores reales, controlados por código, de modo casi indistinguible de un humano… o, al menos, de un heredero que depende de un disertador de pantalla. La flaca linde entre entreambos hace inútil usar ciertas métricas sin excluir involuntariamente a usuarios legítimos.
Otra alternativa son los esquemas de proof of work, que obligan al ordenador del heredero a resolver un problema computacionalmente costoso. Esto, sin duda, logra celebrar el uso masivo de bots, pero en el contexto del 'ticketing' es ineficaz: el ganancia de rendimiento por reventa justifica sobradamente ese coste computacional.
Por otra parte, este método es poco ético desde una perspectiva ecológica, ya que desperdicia energía en la realización de tareas inútiles.

Incluso si existieran nuevas formas de CAPTCHA efectivas, siempre habrá soluciones como servicios que combinan IA con trabajadores humanos mal remunerados para resolverlos a escalera y a bajo coste. Existen empresas especializadas que solucionan CAPTCHAs a velocidades industriales, minando la utilidad de cualquier barrera.
Para Michel, quedan pocas herramientas positivamente aperos:
Michel propone una relación con el afamado teorema CAP de las bases de datos. En su 'teorema BAP', afirma que es inútil tener simultáneamente estas tres propiedades en un sistema de protección contra bots:
Solo se puede designar dos:
La conclusión es clara y preocupante: los organizadores deben designar entre defenderse de bots o respetar la privacidad de sus usuarios. Las soluciones tecnológicas actuales no permiten ambas cosas a la vez, al menos en un entorno tan competitivo y rentable como el de la traspaso de entradas.
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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