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La inteligencia sintético ha aterrizado en el mundo profesional como un elefante en una cristalería: mientras que la sospecha de que tarde o temprano nos quitará el trabajo (el propio Sam Altman llamaba a preocuparse) se cierne, la sinceridad es que de usar a final, se tratará de un proceso más moroso y caro de lo que parece, como apunta el MIT.
Por otro flanco de la inteligencia sintético hay estudios que concluyen que solo traerá más empleos y otros que ayudará a tolerar a final las tareas, disparando la productividad de quienes tengan esta skill en su currículum. Pues aceptablemente, la prestigiosa Universidad de Duke acaba de dar una dorso de tuerca más al uso de la IA en el trabajo: daña la reputación profesional.
El pasado jueves la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences' recogía un estudio de la anteriormente mencionada prestigiosa entidad de la Ivy League con una conclusión sólido: quienes utilizan herramientas de inteligencia sintético como ChatGPT, Claude o Gemini en el trabajo se enfrentan a juicios negativos tanto de parte de sus compañeros como de sus jefes en cuestiones relativas a la competencia y la motivación.
El prontuario del equipo del estudio es un jarro de agua fría para entusiastas de la IA, entre quienes se encuentran la Gestación Z, la última en impresionar al mercado de trabajo: 'Nuestros hallazgos revelan un dilema para quienes consideran adoptar herramientas de IA: aunque pueden mejorar la productividad, su uso conlleva costes sociales'.
Para tolerar a final el estudio se realizaron cuatro experimentos con más de 4.400 participantes donde se analizaban tanto las percepciones anticipadas como las reales sobre quienes usan la IA. Y aunque la inteligencia sintético encuentra en la familia chavea a su mejor confederado, los prejuicios destapados no entienden de permanencia, artículos u ocupación: había un patrón constante de sesgo gafe en todos los grupos demográficos alrededor de quienes se ayudan de la inteligencia sintético. En pocas palabras, se proxenetismo de un aberración generalizado.
Dibujo del estudio 'Evidence of a social evaluation penalty for using AI'. Reif et al
El primer intento ofreció la posibilidad de usar para una tarea una utensilio convencional o una con inteligencia sintético. Quienes apostaron por la IA asumieron que se les iba a dictaminar como más vagos, menos competentes y más prescindibles, adicionalmente de mostrar predisposición a ocultar que estaban usando IA. El segundo intento no hizo sino confirmar sus temores: a la hora de evaluar descripciones de los empleados, quienes usaban IA eran considerados menos trabajadores, menos independientes y menos diligentes que quienes no.
Y no solo queda en un sesgo, sino que afecta a la toma de decisiones reales en el ámbito profesional. Se llevó a final una simulación de proceso de selección desvelando a quienes no utilizaban IA eran menos propensos a contratar a quienes sí que lo hacían y al contrario: si el responsable usaba la IA, entonces prefería las candidaturas de las personas que sí que las empleaban.
Un documento esencial del estudio es que la experiencia personal con la inteligencia sintético influye notablemente en el litigio de los evaluadores: si usas la IA a menudo, tendrás menos propensión a considerar como indeterminado o perezoso a quien todavía la usa.
El estudio concluye que este tipo de estigmas son inherentes a la prohijamiento de tecnologías emergentes, pero que puede tener una consecuencia directa en las empresas: puede que desde la dirección se pretenda implementar la IA en sus plantillas, pero que trabajadores y trabajadoras se lo piensen dos veces por cómo serán percibidos. Esta sinceridad del miedo al qué diran unida a las prohibiciones expresas empresariales ha provocado una nueva tendencia: la familia que usa IA en su trabajo a escondidas.
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Portada | Foto de Alex Kotliarskyi en Unsplash
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