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En una era donde la inteligencia industrial (IA) promete optimizar hasta el más intrascendente rincón del trabajo humano, el mundo del crecimiento de software se encuentra en una celada.
Por un banda, las herramientas de programación mediante IA generativa como Copilot o Cursor facilitan la vida de los programadores, ya sea produciendo fragmentos de código, o generando aplicaciones completas sin tocar código, siguiendo la huella del cada vez más popular 'vibe coding'.
Por otro, cada vez hay más programadores que desean dejar claro que hay que ponerle límites a la IA y reivindicar el arte de programar.
Christian Ekrem relata en su blog cómo, durante una conversación informal con otros programadores, tuvo que explicar que para él, la IA está para automatizar las partes aburridas... pero, que en su caso (y al contrario que para muchos compañeros de profesión), no considera que escribir código sea una de esas partes.
Es más: programar es la parte que más disfruta, la que considera su oficio, y en la que considera que debe ejercitarse constantemente. Una postura que contrasta con la de muchos líderes de la industria tecnológica, a los que parece faltarles ya tiempo para resolver muerta y enterrada a la requisito de instruirse a programar.
Ekrem deja claro que no se tráfico de una postura de rechazo a la IA, sino de no usarla por reflexiva o por vestido... porque ese automatismo puede llevarnos a delegar no solo tareas, sino además la creatividad y la capacidad de comprender.

Y es que, cuando la IA se interpone en ese proceso de programar —al ofrecer una alternativa inmediata—, nos priva de una parte imprescindible del estudios. Claro que puede darnos el código correcto, pero no nos da la capacidad de resolver el próximo problema por nosotros mismos:
"Hay poco insustituible en el proceso de enfrentarse con un problema difícil. Ese momento en que estás completamente atascado y aprietas los dientes, frustrado; te alejas del ordenador y das un paseo; rezas / lloras por interiormente; vuelves y pruebas con un enfoque diferente; y repites el proceso hasta que, de repente, hace clic".
"Ese '¡Ajá!' es el momento vuelve a cablear tu cerebro [...] el equivalente de codificación de la memoria muscular, y es cómo crecemos como ingenieros. Cuando externalizamos esta lucha a la IA, nos robamos estas oportunidades de crecimiento. Obtenemos soluciones sin comprender".


Ekrem propone un término secreto: colaboración intencional. La IA, dice, es útil. Pero debe ser usada con conciencia, no por defecto. Se puede (y se debe) utilizar para tareas como:
Pero aspectos como el diseño de sistemas, la edificación o la toma de decisiones complejas... no son, desde su punto de instinto, poco que deba automatizarse.
Este programador compara su postura con un momento de la película Rocky III, en la que el monitor del púgil protagonista le dice:
"Te has civilizado. Hay que retornar al añejo pabellón".
Ese "añejo pabellón" simboliza el espacio donde el trabajo duro y la repetición forjan el carácter y la verdadera tacto. En el campo de programación, su equivalente pasa por renunciar a resolver 'en segundos' cada error, y preferir intentarlo una y otra vez hasta que terminas entendiendo el código que estás leyendo.

Sin ese proceso, el desarrollador corre el aventura de convertirse en un simple cámara de herramientas inteligentes.
Precisamente, para evitar esa tentación, nuestro protagonista recientemente decidió retornar a codificar en Vim, un histórico editor de texto sin interfaz gráfica, como protesta –o como comunicación de principios– contra el uso indiscriminado de la IA en la programación.
¿Qué implica 'retornar al añejo pabellón' en la habilidad? Este programador lo explica como un estilo de vida técnico:
Imágenes | Marcos Merino mediante IA
En Genbeta | Estas plataformas prometían programar de todo sin conocimientos técnicos. La IA les adelantó por la derecha
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