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Las redes sociales, que hace primaveras prometía ser un plaza para el debate manifiesto, han degenerado en plataformas sesgadas, que actúan como 'cámaras de resonancia' y que amplifican los posicionamientos más incendiarios. Se suele echar en cara este problema a los algoritmos que adoptan dichas redes para lanzarse qué publicaciones visualizan los usuarios y cuáles no, y de hecho en España ha habido incluso propuestas políticas de que el Gobierno los intervenga...
...pero un nuevo estudio académico (realizado por Petter Törnberg y Maik Larooij, de la Univ. de Ámsterdam) sostiene que esos género no son fallos puntuales ni fruto exclusivo de "malos algoritmos", sino consecuencias estructurales del propio maniquí de red social: incluso con un diseño minimalista —sin feeds manipulados ni incentivos explícitos— terminan emergiendo las mismas dinámicas tóxicas.
Para observar cómo surgen los peores rasgos de las redes, los investigadores combinaron un maniquí clásico de agentes con grandes modelos de jerigonza (LLM). Crearon "personas sintéticas" inspiradas en el American National Election Survey —con perfiles textuales del tipo "Te llamas Bob, vives en Massachusetts y te gusta la pesca"— y las soltaron en un entorno social central.
Allí podían transmitir, acertar, republicar o seguir a otros; al lanzarse a quién seguir, revisaban mensajes antiguos y el perfil del legatario. Sin trucos ni ajustes: las patologías salieron "de factoría".
El equipo testó seis intervenciones populares en el debate purista y tecnológico:
El resultado fue descorazonador: ninguna medida desactiva el mecanismo de fondo y varias empeoran otros indicadores. El orden cronológico, por ejemplo, reduce la desigualdad de atención (que unos pocos acaparen casi todo el repercusión)… pero intensifica la amplificación de contenidos extremos. Los "algoritmos de puente" debilitan el vínculo entre partidismo y engagement y mejoran modestamente la heterogeneidad de exposición, a costa de aumentar la desigualdad de atención. Y elevar la heterogeneidad de puntos de perspicacia no tuvo impacto significativo.
La repaso de conjunto es clara: los parches "mueven" el problema, pero no lo resuelven; tocar una palanca mejoría un indicio y descompone otro. Incluso intervenciones muy fuertes —que, por otro flanco, serían impracticables en plataformas que dependen del entretenimiento continuo— no logran cambiar los resultados básicos.
Más allá de que el contenido polarizante delirio rápido, el estudio subraya un caracolillo menos visible: las acciones emocionales (como el impulso de republicar poco indignante) moldean la estructura de la red, y esa estructura, a su vez, selecciona el contenido que vemos, cerrando el círculo. En otras palabras, la misma definición de red social —transmitir, republicar, seguir— pespunte para sembrar las condiciones de toxicidad, independientemente de que exista o no un operación recomendado al uso.

La desigualdad de atención en redes sigue una distribución de ley de potencias: una pequeñísima élite concentra la conversación: "La atención atrae atención", y el resultado es un sistema de influencias hiperdesequilibrado en el que lo ruidoso y extremo cobra visibilidad desproporcionada.
Ese "prisma de las redes sociales" distorsiona nuestra percepción: creemos que el conjunto es más radical de lo que efectivamente es y sobrestimamos la polarización del adversario.
Y los autores advierten que la irrupción de los LLM agrava la situación: actores oportunistas ya usan IA para producir a escalera contenidos que maximizan atención —a menudo desinformación polarizante—, poniendo en cuestión la sostenibilidad del maniquí de red social tal y como lo conocemos.
La reacción social parece apuntar a marcas-árbitro (medios reconocibles) y espacios cerrados (grupos de WhatsApp), aunque falta impide que la toxicidad "se escape" alrededor de esos entornos.
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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