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Hace casi dos décadas, Facebook intentó poco angurriento: modificar su red social en una plataforma. Quiso ser no solo el oficio donde la concurrencia hablaba, sino donde todavía sucedían las cosas: competir, comprar, asimilar... todo a través de 'aplicaciones' que funcionaban como componentes de la propia red social.
La red de Mark Zuckerberg se permitió soñar (muy infructuosamente) con ser la puerta de entrada al resto de Internet. Hoy, OpenAI quiere hacer exactamente eso con ChatGPT. Y aunque el contexto tecnológico ha cambiado radicalmente, la ruindad —como advierten muchos analistas— tiene un canción de déjà vu.
Ayer, durante su 'Dev Day 2025', Sam Altman anunció el divulgación de la Apps SDK, un kit de crecimiento que permite crear aplicaciones directamente interiormente de ChatGPT. Hasta ahora, ChatGPT había sido un asistente textual, un buscador inteligente y, más recientemente, una aparejo con memoria, voz y visión.
Pero el movimiento más nuevo lo convierte en poco diverso: un entorno de ejecución para apps conversacionales. Los ejemplos iniciales son llamativos. Con un simple mensaje, el becario puede pedir:
Todo sin salir del chat. Las apps aparecen como tarjetas interactivas o vistas completas interiormente de la interfaz, con mapas, vídeos o menús. ChatGPT entiende el contexto, ejecuta acciones en segundo plano y devuelve resultados integrados en la conversación. En otras palabras, OpenAI está convirtiendo ChatGPT en una especie de sistema activo conversacional.
La táctica recuerda poderosamente a Facebook en 2007, cuando lanzó su 'plataforma social' durante su propia conferencia para desarrolladores, la 'F8'. En aquel momento, la compañía invitó a los desarrolladores a construir aplicaciones sobre su 'social graph' —la red de conexiones e intereses de cada becario—. Aquello dio oficio a fenómenos como FarmVille, que llegó a representar un 12% de los ingresos de Facebook.
OpenAI parece inspirarse en esa apetencia. Al igual que Zuckerberg quería que Facebook fuese el portal de la vida social online, Altman quiere que ChatGPT sea el portal del mundo digital asistido por IA: el oficio donde trabajas, estudias, viajas o compras. Em palabras de Nick Turley, superior de producto de ChatGPT,
"Lo que vais a ver en los próximos seis meses es una progreso de ChatGPT desde una app útil alrededor de poco que se siente más como un sistema activo".
Para alentar esa visión, OpenAI ha presentado no solo su SDK de Apps, sino todavía AgentKit, un conjunto de herramientas para crear agentes autónomos interiormente del ecosistema. Con él, los desarrolladores pueden construir 'agentes' que planifican, ejecutan tareas, se conectan a sistemas externos y aprenden con el tiempo.
Si sumamos ambas piezas —las apps interactivas y los agentes personalizados—, te das cuenta de que ChatGPT ya no es sólo un chatbot: es toda una plataforma operativa para la IA.
Desde la perspectiva del becario, la idea resulta seductora. ChatGPT promete facilitar el procesp de codearse entre aplicaciones: en oficio de rasgar el navegador, despabilarse una web, iniciar sesión y navegar por menús... puntada con escribir una frase en jerigonza natural.
Para las empresas, el atractivo es inmediato: comunicación directo a más de 800 millones de usuarios semanales. Es una sigla que rivaliza con las grandes redes sociales y supera en prohijamiento activa a muchas plataformas móviles.
OpenAI, por su parte, apetencia control sobre el flujo de interacción digital. Si ChatGPT se convierte en el punto de partida para todo, OpenAI será el nuevo 'sistema nervioso' de la WWW. Y, como toda plataforma, podría monetizarlo: mediante acuerdos de afiliación, cuotas de publicación, o —más delante— posicionamiento patrocinado interiormente del chat.

Pero esta misma método fue la que condenó a Facebook a un escándalo monumental. Y es que su transigencia a terceros acabó en un desastre de privacidad: el caso Cambridge Analytica, que reveló el comunicación masivo a datos de 87 millones de usuarios. La crisis no solo dañó su reputación: todavía mató su sueño de ser una plataforma abierta.
OpenAI asegura que ha aprendido la aviso. Sus políticas de seguridad y privacidad son estrictas: los desarrolladores deben resolver qué datos solicitan, incluir políticas públicas y producirse revisiones antiguamente de editar. Sin retención, la diferencia fundamental es que ChatGPT no gestiona un 'grafo social', sino poco potencialmente más sensible: las conversaciones privadas de los usuarios.
Si se produjera una fuga de permisos o un uso indebido de los datos compartidos entre ChatGPT y una app, las consecuencias serían graves. No hablamos solo de gustos o amigos, sino de información íntima, sindical, médica o emocional. Como advierte Casey Newton en Platformer, "el grafo de la IA puede ser incluso más arriesgado".
Otro aventura oculto es el deformar la experiencia del becario con incentivos económicos. Igual que Google se transformó bajo el peso del SEO y la publicidad, ChatGPT podría arruinar priorizando las apps que paguen por visibilidad o integración.
Hoy, OpenAI insiste en que no mostrará apps "promocionadas" a costa de la utilidad, pero el incentivo está ahí: si el chat empieza a sugerir aplicaciones no porque sean las mejores, sino porque son las que más pagan, la relación de confianza entre becario y asistente podría erosionarse rápidamente. Lo reconoce el propio Altman:
"Si aceptamos un plazo por poco que no deberíamos, en oficio de mostrar lo que creemos mejor, eso destruiría la relación muy rápido".
La otra cara de esta ruindad es su impacto sobre las startups de 'wrappers' —esas empresas que habían construido productos sobre ChatGPT o lo integraban con servicios externos, desde buscadores mejorados hasta asistentes verticales.
Hasta ahora, estos proyectos ofrecían valía al comportarse como intermediarios entre el becario y los modelos de OpenAI. Pero con la Apps SDK, OpenAI les ha pasado por encima. Las empresas que antiguamente vivían de ofrecer "ChatGPT + X" ahora competirán directamente con ChatGPT, que podrá hacer X interiormente de su propio entorno.

El resultado es una centralización acelerada: OpenAI absorbe las funcionalidades más exitosas del ecosistema y las ofrece desde su propia interfaz, dejando a los pequeños desarrolladores en una posición de dependencia o irrelevancia.
De nuevo, es el mismo proceso que sufrieron las apps interiormente de Facebook, cuando el gigantesco cambió las reglas de comunicación a los datos y destruyó en meses negocios enteros basados en su API.
La visión que emerge de estos movimientos —Apps SDK, AgentKit, el protocolo de comercio integrado, e incluso la nueva red social Sora— es clara: OpenAI quiere que su IA sea el punto de partida de la vida digital: un hub que unifique la web bajo una capa de conversación.
La pregunta no es si funcionará a corto plazo —todo indica que sí—, sino qué pasará cuando esta infraestructura se convierta en indispensable. ¿Tendremos entonces una web abierta, donde los servicios compiten por mérito, o un nuevo huerta amurallado donde todo pasa por el filtro de OpenAI?
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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