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Tus datos personales se han convertido en la nueva moneda de cambio, y eso se aplica ya a todos los ámbitos, porque, más allá de su valor comercial para las empresas, estos datos asimismo representan un reservas para los delincuentes, que los utilizan para orquestar estafas de una precisión (y, por ello, con una efectividad) cada vez maduro.
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Hoy en día, cada clic, cada búsqueda, cada operación y cada like que realizamos deja un indicio, y muchos sitios web y aplicaciones recopilan esa información para luego vendérsela a terceros.
A través de estas bases de datos —que pueden costar decenas de miles de euros, si agrupan información de suficientes usuarios— sus propietarios y compradores pueden reparar perfiles detallados: historial de compras, estado de lozanía, inclinaciones políticas, emociones manifestadas en redes sociales, vida, situación económica y hasta si han buscado recientemente información sobre inversiones en criptomonedas.
Los timadores de hoy no improvisan, ni sus víctimas son al azar: la precisión con la que las seleccionan es el resultado de una sofisticada logística de microsegmentación según sus circunstancias personales.
Según declaran fuentes de la Agente Civil al diario El País, "no tenemos víctimas atípicas, sino típicas", es aseverar; ancianos con ahorros, personas que han perdido familiares, enfermos crónicos, individuos emocionalmente vulnerables...

Uno de los engranajes esencia de esta maquinaria de estafa, observada en tramas de estafa recientemente desmontadas en España, es el uso de publicidad digital hipersegmentada. Técnicas ya comunes en marketing comercial, como las audiencias personalizadas y la microsegmentación, permiten a los delincuentes colocar anuncios fraudulentos directamente frente a los luceros de sus víctimas ideales.
La vía más sencilla, según Garbo Cuevas, profesor de la Universidad Carlos III, es subir a plataformas como Facebook o LinkedIn una tira con correos electrónicos, teléfonos u otros identificadores (como el mobile advertiser ID) de usuarios que han sido previamente seleccionados.
Meta, por ejemplo, cruza esos datos con sus bases de usuarios y si encuentra coincidencias, les muestra los anuncios. Así, pueden venir con una precisión quirúrgica a quienes tienen más posibilidades de caer en la trampa.
Con estas herramientas, los estafadores ya no lanzan flechas a ciegas, sino que 'lanzan directamente a la diana'
Lo más inquietante es lo claro que resulta para cualquiera convertirse en blanco: hilván con aceptar sin pensar los términos de una app, hacer una búsqueda ingenua en Google o rellenar un formulario online. Ese "aceptar, aceptar, aceptar" en el que caemos por mera comodidad se transforma en un pase librado para que nuestros datos terminen en manos equivocadas.
Y ojo, porque esto no es una excepción, sino una industria. Hay agencias de marketing que venden datos de víctimas potenciales por país, y los precios varían en función del nivel adquisitivo medio. En Suecia, por ejemplo, una víctima potencial ronda los 1.250 euros.
En España, muchas víctimas aseguran no tener compartido nunca esos datos, lo que apunta correctamente al uso de bases de datos obtenidas ilegalmente, correctamente a la explotación de vulnerabilidades digitales comunes.

"Todos hemos cedido datos en algún momento, aunque digamos que somos precavidos", advierte la Agente Civil.
Lo más preocupante es la prontitud con la que evolucionan estos fraudes: la sofisticación de estas estafas pone de manifiesto que ya no estamos delante simples engaños, sino frente a una industria del crimen digital basada en la explotación de datos y algoritmos.
Hace al punto que cinco abriles, las estafas digitales superiores a 2.000 euros eran poco raro. Hoy en día, según la Agente Civil, llegan semanalmente casos de víctimas que han perdido 200.000 o hasta 300.000 euros. "Son palos gordísimos", afirman los investigadores.
Vía | El País
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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