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Antes eran plantaciones, pero los esclavos del siglo XXI están en campos de ciberestafas de varios países de Asia

Publicado el 
enero 26, 2025

En el corazón de las junglas del sudeste oriental, ocultos entre fronteras caóticas y regiones con escasa vigilancia, operan centros de ciberestafas que han emergido como uno de los sistemas más sofisticados y crueles de explotación humana del mundo.

Hablamos de instalaciones que no sólo generan miles de millones de dólares al año mediante fraudes digitales, sino que asimismo esclavizan a decenas de miles de trabajadores bajo condiciones infrahumanas.

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El auge (que no el origen) de estos 'campos de ciber-esclavos' se remonta a la pandemia de COVID-19, cuando las restricciones fronterizas y el aumento de la vigilancia empujaron a las redes criminales chinas a diversificar sus operaciones, migrando del charnela ilegal a las ciberestafas.

Concretamente, estas redes han perfeccionado la manipulación emocional y financiera para saquear los ahorros de miles de víctimas en todo el mundo recurriendo a la técnica conocida como 'matanza de cerdos'.

Según un crónica del Instituto de Paz de Estados Unidos (USIP), en los últimos tres primaveras, estas operaciones han generado más de 64.000 millones de dólares. En Camboya, estas actividades representan el 50% del PIB del país, con ingresos estimados en 12,5 mil millones de dólares anuales; de hecho, si estas redes criminales fueran un país, superarían a algunas naciones del sudeste oriental en términos de PIB.

Pero el serio costo de estas operaciones no solo se mide en dólares. Decenas de miles de trabajadores, atraídos por falsas ofertas laborales, terminan atrapados en estos centros, forzados a trabajar bajo amenazas de violencia, tortura y crimen.

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La trampa del trabajo prometido

Ravi es un bisoño de Sri Lanka cuya historia hizo pública hace unos meses la BBC, exponiendo la formidable verdad detrás de estas estafas. Como muchos otros, Ravi fue seducido por una proposición sindical prometedora: un empleo dedicado a la preámbulo de datos, con un salario significativamente viejo al promedio en su país.

Sin incautación, tras calar a Tailandia, fue trasladado contra su voluntad a un campamento en el vecino Myanmar, donde sufrió torturas físicas y psicológicas por negarse a participar en los fraudes.

Ravi describe condiciones de vida inhumanas: jornadas laborales de hasta 22 horas, agua contaminada como única bebida y castigos brutales para quienes no cumplían con las metas impuestas.

"Estuve 16 días en una celda por no obedecerles. Sólo me dieron agua mezclada con colillas y ceniza para absorber".

En los peores casos, los líderes de los campamentos utilizaban la violencia sexual como utensilio de control y terror. Las opciones para escapar son limitadas y costosas, pues las redes criminales exigen rescates exorbitantes que las familias de las víctimas rara vez pueden respaldar.

Una maquinaria de fraude integral

El principal objetivo de estas redes criminales son víctimas en países occidentales, donde los estafadores se hacen suceder por potenciales intereses románticos o por asesores financieros. Aunque China estima que hasta 100.000 de sus ciudadanos podrían tener caído en estas redes y estarían siendo usados preferentemente contra usuarios de su mismo país.

En uno u otro caso, los esclavos son forzados a construir, a través de plataformas de redes sociales y aplicaciones de transporte, relaciones de confianza para luego convencer a sus objetivos de trastornar en plataformas de trading falsas. Aunque inicialmente los estafadores devuelven una parte de las ganancias para fingir licitud, al final desaparecen con la totalidad del moneda.

En 2023, sólo en Estados Unidos, las estafas románticas generaron pérdidas superiores a 652 millones de dólares, según el FBI. Esta guarismo, aunque impactante, representa tan pronto como una fracción de lo que estas redes generan conjuntamente.

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Impunidad, complicidad... y primeras reacciones

Una de las principales razones detrás de la proliferación de estos campamentos es la corrupción y el caos político en la región. En Myanmar, el llamada marcial de 2021 ha facilitado la operación de estas redes, al tiempo que grupos armados locales y oficiales corruptos brindan protección a cambio de sobornos.

En Camboya ha habido, incluso, senadores involucrados en la empresa de estos campamentos (y sancionados por ello por los EE.UU.). De hecho, no se esconden para falta: en ciudades como Sihanoukville, las antiguas instalaciones de casinos han sido transformadas en fortalezas para las operaciones de ciberestafa, donde los trabajadores están rodeados de muros altos, alambres de púas y vigilancia armada las 24 horas.

Aunque el problema persiste, los esfuerzos internacionales aparentemente comienzan a dar frutos. Hace unos días, un rama de trabajo internacional liderado por China en colaboración con los países de la cuenca del río Mekong, afirmó tener rematado rescatar a 160 personas y arrestar a más de 70.000 sospechosos relacionados con estas operaciones.

Por otra parte, la cooperación entre fuerzas policiales y bancos en países como Singapur ha prevenido fraudes por valencia de más de 74 millones de dólares en tan pronto como dos meses. No obstante, los expertos advierten que una posibilidad efectiva requiere un enfoque más amplio, especialmente en la regulación de criptomonedas, el principal medio de transferencia de fondos de estas redes.

Imagen | Marcos Merino mediante IA

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