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Simon Højberg, ingeniero frontend, ha publicado en su blog un texto que es poco más que una crítica al uso de la IA en el mejora de software: no se queja porque la IA "venga a quitarnos el trabajo", sino porque —según él— está borrando la misma identidad cultural del programador.
La programación, dice, siempre fue un acto de precisión, artesanía y pensamiento natural. Hoy, con las herramientas de inteligencia fabricado generativa, está mutando en poco completamente contrario a esa idea: en el llamado vibe-coding (recordemos que una posible traducción idéntico podría ser 'programar por sensaciones').
La carrera de programador en 2017 y en el futuro (con Javier Santana)
Durante décadas, los programadores se definieron como artesanos del pensamiento formal. Su tarea no era solo construir software, sino comprender profundamente los sistemas: cómo funcionan, cómo fallan y cómo se transforman.
En su tratado, Højberg recuerda sus días programando frente a Vim, su editor de texto. Ahí, dice, encontraba el placer de la creación pura: resolver un rompecabezas natural con las manos y la mente sincronizadas. Pero ese mundo —según él— se está evaporando:
"Hoy nos piden escribir especificaciones en Markdown en empleo de código. Ya no exploramos los rincones del sistema ni resolvemos acertijos [...] Ahora operamos una aglomeración de agentes que piensan por nosotros".
El vibe-coding reemplaza el oficio por una especie de dirección de orquestina, donde el programador dicta órdenes en estilo natural y la IA ejecuta. El problema, dice Højberg, es que eso desconecta al ser humano de su propia útil. Ya no somos creadores, sino supervisores: y lo peor es que nos estamos acostumbrando a no entender lo que producimos.

Para Højberg, el corazón del problema no es la IA en sí, sino el estilo con el que programamos cuando la usamos: el estilo natural. El nuestro, vaya.
"Los LLMs (modelos de estilo) son imprecisos por naturaleza. Tanto en sus propiedades como en la modo en que los instruimos: con lenguajes naturales que se pueden malinterpretar".
"Es extraordinario que hayamos electo este enfoque para la computación, considerando cuánto nos incomoda a los programadores el no determinismo. Preferimos la previsibilidad [pero] el código generado por LLMs representa lo opuesto a eso: un caos inconsistente".
Durante más de 70 abriles, la computación evolucionó buscando la precisión. Los lenguajes de programación formales —desde el ensamblador hasta Python— fueron específicamente diseñados para eliminar la anfibología, y el ordenador debía hacer exactamente lo que el humano ordenara. Esa era, de hecho, la belleza del código: la posibilidad de dominar el caos del estilo humano mediante estructuras lógicas, reglas y tipos de datos claros.
Con la IA, afirma Højberg, esa claridad se desvanece. El código generado por un maniquí de estilo puede cambiar con cada intento, aunque el 'prompt' sea el mismo... todo ello porque es probabilístico, no determinista. Y lo peor: puede parecer correcto, clasificar incluso, y aun así estar profundamente roto.
Ojo, que Højberg no está solo en su cruzada. De hecho, para evidenciar su posición, cita a uno de los grandes filósofos de la computación: Edsger W. Dijkstra, pionero de la ingeniería de software y defensor intransigente del rigor formal.
En 1979, Dijkstra escribió un breve (y ahora iluminado) texto titulado “On the foolishness of natural language programming” ("Sobre la tontería de programar con estilo natural"). Allí advertía:
"Debemos desafiar la idea de que los lenguajes naturales simplifican el trabajo. [...] La virtud de los textos formales es que su manipulación, para ser legítima, debe cumplir solo unas pocas reglas simples. Son, cuando lo piensas, una útil asombrosamente efectiva para excluir todo tipo de sinsentidos que, al usar nuestras lenguas nativas, resulta casi impracticable evitar".
Casi medio siglo a posteriori, Højberg rescata esa advertencia y la aplica a los sistemas de inteligencia fabricado actuales. Su mensaje es claro: retornar al estilo natural es un retroceso intelectual.

Donde antaño buscábamos precisión, ahora aceptamos probabilidad. Donde antaño cultivábamos el pensamiento natural, ahora confiamos en un maniquí estadístico que 'adivina' lo que queremos sostener.
Programar no es solo dar instrucciones a un ordenador: es una forma de pensar. Cuando un programador traduce su idea a código, está forzando su mente a formalizar, depurar y orquestar su razonamiento. Es ese proceso lo que genera comprensión... poco que con la IA se pierde, y el pensamiento formal se sustituye por el consumo pasivo.
"Hay poco en el código generado por IA que hace que mis fanales se nublen. Lo leo sin atención, abrumado y pesado. Acepto errores invisibles, siempre que el software compile".
El programador ya no necesita construir una 'teoría' interna del sistema, como decía el informático danés Peter Naur en su célebre texto 'Programming as Theory Building': Naur sostenía que lo más importante del proceso de programar no es el software resultante, sino el entendimiento que el programador desarrolla al hacerlo, sin esa comprensión, surtir y extender un sistema se vuelve impracticable.
El vibe-coding destruye precisamente eso, el contacto directo con la complejidad: la IA oculta el proceso y ofrece resultados opacos... y, así, el código 'funciona' —hasta que deja de hacerlo—, y nadie sabe muy adecuadamente por qué.
Imagen | Marcos Merino mediante IA
En Genbeta | El inesperado paralelismo entre el 'vibe coding' y las tragaperras. Este programador explican cómo logran que el agraciado se 'enganche'
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